Tras reflexionar a lo largo de mucho tiempo sobre el
concepto de técnica inexistente acuñado
por Luis García, he desarrollado una serie de puntos que os enumero a
continuación como epígrafes.
Este término aparece en primer lugar dentro del apartado
de las doce claves de la cartomagia de
segundo orden del libro El arte de las cartas.
El trabajo de Luis García abre varias frentes de estudio
apasionantes, desde la comprensión y uso de la partitura mágica, hasta la
baraja simbólica, pasando la vía trascendente de la magia que usa el
ilusionismo como vehículo para expresar ideas en clave metafórica. Sin embargo,
de todo lo de Luis, me quedo especialmente con estas doce claves, así como con
el libro de Mensajes desde lo profundo de
la ausencia, dos textos absolutamente visionarios.
Los epígrafes que siguen son frutos de un ejercicio
personal de creatividad, a lo largo del tiempo, en busca de mi propia
interpretación de este concepto de técnica
inexistente, un término sugerente que apunta no sólo a la resistencia al
análisis, sino al máximo impacto mágico de cualquier efecto. El término es
denso y nos conduce, cual símbolo onírico, a múltiples capas de reflexión, de
ahí su fuerza y seducción.
Así pues, vamos a intentar deshojar la rosa.
La técnica no existe
porque el mago auténtico no realiza técnicas ni juegos de manos, sino manejos
acordes con un ritual.
Bajo mi punto de vista, cualquier manejo que se perciba
como artificioso por parte de los espectadores daña enormemente nuestro halo
mágico por activar la perenne y establecida sospecha de que la magia es sólo cuestión
de habilidad y velocidad manual.
Según este criterio, es preferible un efecto sencillo,
automático o con pocos manejos, donde apenas se manipula, que otro más
sofisticado, donde el profano percibe (o intuye) trabajo y esfuerzo técnico en
cada una de sus fases.
Los efectos de tahuromagia, por ejemplo, al margen de lo
entretenidos que puedan llegar a ser para el público profano (ansioso de la
revelación de manejos secretos) son precisamente contrarios a esta idea. Si
mostramos que podemos controlar cuatro ases para repartírnoslos como queramos,
se sobreentiende que nuestra habilidad es tal que justificará todo lo que
hagamos a continuación. El enfoque pasa del guión, de lo que queremos
comunicar, a la dexteridad de nuestras manos y a su capacidad para el engaño.
Finalmente, decir que lo anterior está relacionado con la
limpieza del efecto: el hecho que todos los manejos fluyan naturalmente sin
despertar sospecha alguna. En términos de Miguel Gómez, hablando de manejos
tramposos, es peor que se sientan a que se vean.
La técnica no existe
porque la hemos adecuado a nuestra propia gestualidad e idiosincrasia.
Si dominamos las técnicas que hemos elegido para nuestro
efecto y si, además, las hemos adaptado a nuestra propia gestualidad y a la del
propio efecto (de modo que nos resulten naturales), entonces dejarán de existir
en nuestra consciencia. Y si no existen en nuestra conciencia, difícilmente
existirán en la de nuestros espectadores. El dominio de una técnica presupone
la competencia inconsciente (1) de la misma, es decir la capacidad de
realizarla de forma automática, sin pensar y sin tener que reflexionar sobre ella
durante todo la rutina.
El logro de la competencia inconsciente se alcanza con
innumerables horas de estudio, reflexión, ensayo y repetición. No está de más
que esta práctica se base en ciertos principios que nos harán avanzar más
rápidamente hasta nuestro objetivo (2).
Otra idea interesante para que ni la técnica ni la trampa
existan en nuestra consciencia es la del reseteo automático de Tommy Wonder. El
mago holandés señala que, a la hora de hacer magia de mesa en mesa en
restaurantes, es clave tener juegos que se autoreseteen.
Al margen de la practicidad obvia de esta idea, la
filosofía subyacente a la misma es que, cuando el mago se va a un rincón a
resetear el juego antes de ir a la siguiente mesa, se está recordando a sí
mismo que lo que hace tiene trampa, lo que merma su personal consciencia de
mago, hecho que se tiene que reflejar de algún modo en el público. Sin embargo,
si va directamente de una mesa a otra (sin tener que resetear cada vez), la
sensación es la de que el efecto funciona por sí solo una y otra vez, sin
preparación alguna, lo que se transmitirá a los espectadores.
La técnica no existe
por el espectador no la percibe.
El espectador no percibe la técnica si:
1. Mira para otro lado cuando sucede (misdirection).
2. La técnica está camuflada por otra acción lógica y
motivada (cobertura).
3. La técnica está motivada en sí misma y se convierte en
una acción abierta y coherente con el guión del efecto (cobertura superior o
acción sincera).
De las tres categorías, a mi juicio la tercera es la menos
usada y asimilada, a pesar de ser la más sincera. Esta idea de “regalar la
técnica” (en términos de Gabi) es a veces una solución muy efectiva a la hora
de solucionar problemas de construcción no fácilmente resolubles a través de
los puntos 1 y 2. Lo mismo que para encontrar soluciones tipo 1 y 2, tendremos
que jugar con la construcción y con guión del efecto a un tiempo.
Como ejemplo del punto 2, pongamos que tenemos los cuatro
ases cara arriba sobre la baraja de dorso y necesitamos hacer un break sobre
las cuatro primeras cartas de dorso para realizar un añadido de Braue con
vistas a una asamblea.
En este caso lo habitual es coger un break de las cuatro primeras cartas
de dorso hojeándolas con el pulgar derecho mientras la mano sujeta por arriba
en posición Biddle. Sin embargo -esto es una sugerencia de Colombini-, podemos
extender la baraja de dorso (estando los ases de cara encima) comentando que
podríamos haber escogido otras cuatro cartas cualesquiera que no fueran ases.
Entonces, al cerrar la extensión, es fácil coger un break con el meñique
izquierdo de las cuatro cartas superiores bajo los ases. De este modo nos
ahorramos técnica del break con el pulgar.
Veamos ahora unos ejemplos del punto 3.
Al hacer el triunfo sobresaliente de Larry Jennings, mediante
una enseñada maravillosa se muestran que las cartas parecen perfectamente imbricadas
cara arriba y cara abajo (cuando en realidad están todas en el mismo sentido).
El inconveniente de la enseñada es que, al final, nos queda una carta extra de
cara, al margen de la elegida.
Para voltear esta molesta carta y que sólo quede la
elegida vuelta al extender la baraja, tendríamos ahora que recurrir a algún
tipo de técnica que ensuciaría el momento previo de la enseñada o la posterior
revelación de la reordenación. Sin embargo, podemos “regalar la técnica” cuando
realizamos el corte pivotante del paquete superior a la mano izquierda. Tras
hacerlo, la mano derecha voltea la carta superior del paquete de la mano
izquierda (que es la carta de cara que nos sobra) mediante su dedo índice y ayudada
por el pulgar de la mano izquierda que empuja ligeramente la carta. Para que no
chirríe ese giro abierto de la carta, incorporamos la siguiente frase al guión:
Las cartas están perfectamente imbricadas, algunas están
cara arriba
(mostramos la carta a girar de cara inclinando ligeramente la muñeca izquierda)
y
otras… de dorso (giramos abiertamente la carta para ejemplificar que
algunas cartas están de dorso).
Como otro ejemplo interesante, en una de sus rutinas Manu
Montes se ahorra el forzaje de una carta simplemente realizando un falso corte
en mesa y enseñando a los espectadores la carta superior (de la tomó nota antes
de realizar el falso corte) diciendo algo así:
Mira esa carta,
¿vale?
Aunque el espectador nunca influye en la “elección” de la
carta (pues ni toca ni dice nada), pasado un cierto tiempo de la rutina, el
resto de los espectadores (e incluso quizá el propio espectador) han olvidado cómo se realizó la elección y
asumen que la carta fue elegida realmente e incluso pensada (teoría del momento
concreto de Daortiz).
Finalmente, como último (aunque no el menor) ejemplo de
esta categoría, citaremos el concepto de forzaje inexistente del propio Luis
García usado en El Eterno Retorno.
En el juego original de Ascanio, se ha de forzar una de
las cuatro cartas de un mismo palo, la cual tiene el dorso de distinto color,
rojo. En vez de recurrir a la técnica de forzaje clásica de “dime un número
entre uno y cuatro”, Luis plantea quedarse realmente con la carta elegida por
el espectador. Para ello establece cuatro guiones diferentes según la carta
elegida, que puede ser ahora la Predilecta, la Preferida, la Despreciada o la
Despreciable.
Como vemos en este ejemplo y ya se ha apuntado, las
soluciones tipo 3, requieren trabajar construcción y guión en perfecta coordinación.
La técnica no existe
porque los manejos son sencillos, naturales, orgánicos, sin florituras.
Las florituras transpiran técnica. Eso es así, no hay
vuelta de hoja. Un mago cuyos efectos abundan en florituras trasmite habilidad
manual y ello lo hace capaz, ante los ojos profanos, de utilizar esa habilidad
para conseguir cualquiera de los efectos que ofrece en una sesión.
Aunque sean bellas de contemplar y gusten a los
espectadores, las florituras nos alejan de la técnica inexistente y lo hacen en
detrimento del calibre mágico de nuestra rutina, en tanto en cuanto aportan la
respuesta incierta (aunque segura en la mente de los espectadores) de que toda nuestra
magia se explica, de algún modo, por habilidad.
La técnica no existe
porque los principios sobre los que se basa el efecto son matemáticos,
psicológicos o simplemente mágicos.
Hay efectos automáticos y semiautomáticos muy impactantes
y donde la técnica brilla por su ausencia.
Algunos se basan en maravillosos principios matemáticos
como el de gilbreath o del corte libre. Tales efectos, siempre que no requieran
innumerables y pesados conteos, tienen la fuerza de la ausencia de manejos
sospechosos, pudiendo éstos ser realizados por los propios espectadores.
Otros se basan en una ingeniosa capacidad de engaño por la
psicología subyacente que lleva a los espectadores a autoconvencerse de
condiciones que no son ciertas. Como ejemplos de estos efectos tenemos el
citado Triunfo Sobresaliente de Jennings o el inconmensurable Fuera de este
mundo de Paul Curry, por citar dos efectos de mis preferidos.
Los años de estudio y búsqueda permiten ir coleccionando
los efectos de este tipo que más nos van por nuestra personalidad, estilo y,
sobre todo, por lo que queremos expresar con nuestra magia.
Finalmente, no puedo dejar de citar el inconmensurable Rito de Iniciación de Luis García, un efecto donde la matemática se convierte en magia pura, donde el mago realmente hace lo que dice, sin trampa alguna, (mezclar una y otra vez) para conseguir al final el brutal efecto de la reordenación o vuelta al origen. Un efecto que puede expresar muchísimas ideas esperanzadoras y que está basado, literalmente, en un efecto físico REAL y GENUINO.
La técnica no existe
porque el espectador siente que realiza los manejos más importantes.
Al espectador le impactan los efectos donde ocurren cosas
en sus manos, donde sus acciones, palabras y pensamiento forman parte clave del
ritual mágico, y ello por dos razones.
La primera es cuando el espectador se implica más en el
efecto, el impacto es muchísimo mayor para él (y a menudo para los demás
espectadores por simpatía e identificación con él).
La segunda es que la posibilidad de técnica y manejos tramposos
se desvanece en su mente por ser él el principal protagonista de las acciones.
Y aunque el mago también toque los elementos en algún momento, la memoria del
espectador tras el efecto seleccionará los manejos que él hizo, con toda su
implicación, olvidando el resto.
La técnica no existe
porque utilizamos elementos trucados.
Me encantan los buenos elementos trucados, los que parecen
inocuos y sin embargo tienen esa impensable característica que los hace
inaprensibles.
A pesar de que muchos magos por premisa artística o estilo
personal no comulguen demasiado con utilizar barajas trucadas, ¡qué maravillas
tan puras se pueden hacer con ellas!
Veamos tres opciones:
1. Doy a elegir una carta, la devuelven, la controlo, le
doy un vistazo secreto, dejo la baraja sobre la mesa, miro al espectador y la
adivino.
2. Doy a elegir una carta (forzada), la devuelven y
mezclan. Miro al espectador y la adivino.
3. El espectador mezcla en sus manos y para cuando quiere.
Mira la carta superior, la introduce en la baraja y sigue mezclando, quedándose
con la baraja en las manos. Una vez más, miro al espectador y adivino la carta.
Los tres manejos van en mi personal orden de preferencia,
de menor a mayor, Además, está claro que a única de las tres opciones que sigue
al pie de la letra el concepto de técnica inexistente es la tercera, posible
sólo por utilizarse una baraja trucada obvia para los lectores magos.
Si, además, al tercer “manejo” le añadimos un ritual de
adivinación seductor y coherente, conseguiremos un mazazo de máximo calibre en
la mente del espectador.
El trucaje no sólo quita técnica y manejos, también
redunda en la claridad del efecto y sus condiciones de imposibilidad.
Una asamblea de ases macdonald es difícilmente superable.
El pasa pasa de monedas de Roth es exquisitamente
perfecto.
Aunque ambos requieren cierta técnica, los manejos son
mucho menos redundantes y más ajustados. Y de la claridad y condiciones del
efecto ya ni hablamos.
La única pega de usar elementos trucados, aparte del
posible prejuicio, es la necesidad de cierto trabajo mental y valor inicial las
primeras veces que se realizan en público, hasta que desaparece la culpabilidad
por su uso y se llega, una vez más, a la competencia inconsciente. Entonces ya
no tenemos consciencia de usar elemento trucado y, al no tenerla nosotros, el
público tampoco.
La técnica no existe
porque no hay necesidad de trampa, ya que desde el principio estamos en la
situación final ascaniana.
En otro artículo de este blog se tratan los efectos de
falso cambio, que son, a mi juicio, los más exquisitos y avanzados a nivel
estructural.
En síntesis, en ellos se parte ya de la situación final.
Lo que pasa es que en la fase inicial mediante una serie de estrategias de
autoconvencimiento, se hace asumir al
espectador de que partimos de una situación inicial diferente.
El ejemplo que siempre uso es el del cambio de color de
una baraja. En el artículo Sintaxis de los efectos de cambio, se ven toda una
serie de esquemas viables para producir el cambio de color. Uno de ellos, mi
preferido como digo, es el de falso cambio.
Si parto de una baraja azul y la quiero convertir en roja,
entre otras opciones, puedo partir de una baraja azul, cambiarla secretamente
por una roja (con una carta azul encima) y luego proceder a la transformación
(empalmando por ejemplo la carta azul).
Sin embargo voy a requerir un manejo técnico importante:
ni más ni menos que cambiar la baraja secretamente en algún momento de la
rutina tras haberla enseñado inicialmente.
Ahora bien pongamos que parto ya de una baraja roja, sólo
que está metida en un estuche azul y además tiene un par de cartas azules
encima. Si los espectadores, a través de las acciones sedales correspondientes,
asumen que partimos de una baraja azul, entonces SIN NECESIDAD DE CAMBIO
ALGUNA, podremos al final transformarla en roja.
Ésta es una de las máximas expresiones de técnica inexistente
y es la que utiliza Luis García en La bella durmiente como expresión de la
transformación del reino, y por extensión de nosotros mismos, espectadores.
El maestro, a partir de un guión milimétrico (como es habitual en él), va insertando de forma perfecta (recordemos la idea de encaje de guión y manejos) una serie de acciones sedales muy bien pensadas (que constituyen además efectos previos) para que los espectadores asuman durante toda la primera parte de la rutina que la baraja tiene un color diferente al verdadero, de modo que el cambio de color final es un mazazo absoluto.
El maestro, a partir de un guión milimétrico (como es habitual en él), va insertando de forma perfecta (recordemos la idea de encaje de guión y manejos) una serie de acciones sedales muy bien pensadas (que constituyen además efectos previos) para que los espectadores asuman durante toda la primera parte de la rutina que la baraja tiene un color diferente al verdadero, de modo que el cambio de color final es un mazazo absoluto.
NOTAS AL PIE
(1) Según esta teoría atribuida a
Maslow y popularizada por las escuelas de PNL, las fases de aprendizaje en
cualquier ámbito son incompetencia inconsciente (no sé y no soy consciente de
que no sé), incompetencia consciente (no sé y soy consciente de que no sé),
competencia consciente (sé pero tengo que hacer un esfuerzo consciente para
realizar lo que sé) y, finalmente, competencia inconsciente (sé y no soy
consciente de que sé, ya que no tengo que hacer ningún esfuerzo para hacer
aquello que domino).
(2) Ver el artículo ¿Cómo ensayar en magia? para leer algunas ideas al respecto de la mano de autores claves en este
campo como Gabriel Moreno.
Hola Mariano
ResponderEliminarGracias por tus elogiosos comentarios.
Tu le llamas deshojar la rosa y yo salir del laberinto.
Respecto a tus elucubraciones no voy a decir nada, ya que todos habéis elegido seguir libremente vuestros caminos liberándome de toda responsabilidad, para así dedicarme plenamente a la magia y olvidar de una vez por todas los trucos y el ilusionismo.
Si nos encontramos será fuera del laberinto o sin pétalos en la rosa, lo cual es poco probable.
Pero no imposible
un abrazo
Luis